miércoles, 14 de mayo de 2008

De la memoria de las revoluciones que no terminan nunca

El documental es el cine del Hombre…
herramienta para cambiar conciencias y
de este modo cambiar realidades.
Humberto Ríos

El ex convento está a un lado de la catedral, joya arquitectónica que conjuga rasgos prehispánicos en las imágenes de relieve que adornan los bloques que lo erigen, y la ingeniería de los conquistadores, que construyeron un recinto para sus creencias. El lugar es fresco, con techos altos, colores claros en las paredes y el cielorraso. Hay trabajadores en andamios que ya trazan unas líneas que al parecer serán dibujos tribales o alguna insignia prehispánica. El pasillo es largo y de baldosas marrones, hay un estante con fotografías que dan claves de lo que antes fue Tepoztlán, pasando esos estantes, el pasillo da vuelta a la izquierda, y de inmediato uno sabe que camina en uno de los cuatro lados que forman un patio. Una puerta abierta lleva a un salón rectangular donde cuelgan imágenes del rito Náhuatl del agua, el vano de la puerta deja entrar luz del exterior, que clara y brillante, ilumina el interior de la sala. Al entrar a la sala es el trinar de los pájaros -que se cuela gracias a otra puerta abierta, ésta que da otro patio- lo que recibe a los visitantes, esta vez invitados por el Festival de la Memoria. El ambiente de camaradería impera dentro, no se sabe si todos se conocen con antelación o si sus rostros y charlas ya son familiares al encontrarse a menudo entre sede y sede, entre función y función.

Se sienta Jimena hasta atrás, hay alguna que otra silla más adelante pero no quiere interrumpir, con el ruido de sus suelas de llanta, las palabras de Blanca Estela Monzón, moderadora del conversatorio con Humberto Ríos, el homenajeado del Festival. La cara de Humberto es seria, escucha atento las palabras de su presentadora, que con ese tono particular de los argentinos dota a su relato de una cadencia, tono, ritmo y calidez que van de lo solemne a lo poético. Blanca Estela es clara y nos dice a los asistentes –y a Humberto, por supuesto-, con esas palabras que ha preparado, el cariño y admiración que le tiene al homenajeado.

La sala está llena, a muchos les ha llamado la primera actividad académica del Festival de la Memoria, escuchan los rostros atentos y enternecidos, que el maestro Ríos, es, sobretodo coherente entre lo que habla y hace… entre el discurso y la acción, que es alguien que no se traiciona, un ser humano excepcional donde no existe una dicotomía entre el sujeto visual y el sujeto social… humanista por naturaleza, artista por elección. Blanca afirmó, categórica, con la audiencia atenta a sus palabras, que el cine funciona con una conciencia de perdurar y Humberto lo hace –el cine- con el imaginario revolucionario latinoamericano.

Humberto todo lo registra en silencio, pareciera que revive las imágenes de aquellos años, como si sus lentes grandes y cuadrados fueran pequeñas pantallas donde el recuerdo se proyecta. Mira momentos, lugares y nombres nunca perdidos en su memoria, nunca desaparecidos ahí adentro, en su cabeza; siempre consigo a pesar de haberlo dejado todo –ropa, filmes, libros, metrajes- en más de una ocasión en esa constante pérdida de eslabones que fue su vida de exiliado. Parecía que desfilaban tantos rostros cuando Blanca los mencionaba, y todo volvía a suceder de nuevo, las escenas de él dirigiendo, produciendo, conversando, alzando la voz ante lo injusto, ante lo que no debe ser y debe cambiar.

Y Humberto tomó la palabra, los ojos expectantes, el maestro hablaría. Las palabras de Blanca abrieron flores y heridas, fue lo primero que dijo, Jimena, conmovida intuía el amasijo de emociones que seguramente provocaban aquellas palabras. No perdía detalle nadie, ni Luis, ni Ivette, quienes seguían las palabras que así proseguían: Soy un hombre que vive con la sensación de que resta mucho por hacer… no voy a cambiar, ni quiero cambiar, quiero seguir siendo el hombre de siempre, y en el aire una sensación mezcla de ternura y esperanza se deja sentir como viento.

Se intercambian las primeras palabras y luego sigue la película Faena, a la que Blanca ya se ha referido por ser decisiva en la historia del documental argentino, donde el maestro –en los sesentas, un joven apenas- documenta en un matadero la necesidad de matar para poder vivir, y logra un retrato de una muerte cotidiana y una analogía desconcertante. Las crudas imágenes nos remontan a los campos de concentración alemanes y no son otra cosa que una premonición involuntaria de la tragedia genocida en Argentina.

En blanco y negro la imagen de la cabeza de una res tendida en el suelo, acompaña a esta imagen el sonido de los latidos de un corazón que está a punto de apagarse, ese sonido retumban en los oídos de Luis, el ojo de la res parece observar la cámara y algo nos dice, algo nos está cifrando, algo que no entendemos del todo pero que ya está guardado en la memoria, algo que Humberto Ríos sabe crucial para descifrar los enigmas de la muerte enorme, transformadora. De la encarnizada –y generalmente injusta- lucha del más apto.


Redacción:
José Luis Valdez / Jessica Rivera

Información:
José Luis Valdez / Jessica Rivera / Berenice Fregoso / Salvador Guzmán

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