lunes, 12 de mayo de 2008

Chinelos en Technicolor o El regreso del monstruo de la montaña hueca

Parecía que el tiempo no transcurría, el viento refrescaba una tarde que había sido calurosa y en la que un aguacero torrencial como breve, despertó el temor de un posible retraso o en el peor de los casos la suspensión de la función al aire libre. Desde el centro del Zócalo parecía que no había mucha gente, disgregadas alrededor de las jardineras, o sentadas en alguna banca o en la explanada, los habitantes y visitantes parecía que seguían una rutina aprendida: La vuelta a la plaza. En los alrededores los esquites con chile y crema, las frituras de harina, las papas fritas con salsa, refrescos, algún cigarrillo, las famosas tepoznieves con sus sabores extravagantes, como la de tequila con café que José degustaba mientras su novia, haciendo aspavientos le contaba, al parecer, de una bronca gruesa con Juliana.

La rutina de domingo por la tarde era cortada por esa mirada de soslayo que dejaban escapar cuando pasaban junto al equipo encargado de montar el espectáculo, los miraban preocuparse, sudar a pesar del fresco, amarrar aquí, hacer un remache allá, acostar la pantalla, levantarla, increpar: úchale, ya se fue la luz. El viento no cesaba y la hora ya estaba encima, este viento ya no se quita, dijo una señora que se hacía acompañar por sus amigas y en una jardinera miraban las premuras de los técnicos.

Cambiemos el lugar, fue la orden, y lo cambiaron, alzaron la pantalla e hicieron gala de los nudos aprendidos. Ya la gente se acercaba, unos con silla en mano, otros con un cajón, otros con un block, un niño sólo con una manta para no mancharse el pantalón color crema, grupos de tres, de cuatro, todos a la orden del rectángulo blanco erigido para mirarlo, algunos se amontonaron en el suelo, acostándose para no tapar a los de atrás, los niños no entendían qué sucedía y seguían corriendo, pasando entre la gente, jugando a no toparse. Las miradas expectantes congregadas, un rectángulo blanco las llamaba y le respondían, de pronto todos, al unísono aplaudiendo cuando el viento cesó de pronto y la película comenzó a rodar. Pareciera que una cosa estaba supeditada a la otra. Toda la magia de los espectadores, realizadores y organizadores provocó esa sincronía entre la naturaleza y la tecnología para poder presenciar vaqueros, Tepoztlán, monstruos y chinelos en Technicolor.

Esteban caminó lento, plácido, palaciego, la promesa era alta: ver El Monstruo de la Montaña Hueca, esa película que en 1954 se filmara enterita en Tepoztlán, y que él en aquellos años presenciara en su estreno en el cine Acela, en la esquina de Zaragoza y 5 de Mayo. Apenas recordaba sus emociones de entonces, sabía que tenía mucho que descubrir de sí mismo, como el paso del tiempo, como aquella montaña hueca que no era otra sino el Tepozteco y quién sabe, quizá mirara en algún extra a algún amigo, a algún familiar.

La señora Medina afirma que en esa película sus dos tías aparecen, solo había que poner atención, de seguro las reconocería, algún movimiento, algún gesto, algún guiño que sólo a ella no se le escapara, con el afán de compartirlo, de señalarlo a todos, de hacerlo de todos. Y como ella muchos otros recrearon su historia familiar, las memorias de sus padres, sus abuelos, sus tíos.

Preparando papas fritas en una esquina de la plaza la señora Dolores comenta que en aquellos años Tepoztlán era otra cosa: Estaba más bonito, incluso la gente no era tan atrevida como ahora -decía-. Oiga, ¿No nos la pueden traducir? No sabemos qué nos están diciendo. Sin embargo, aunque la película estuviera en inglés, las miradas de más de 160 espectadores no dejaban de observar los paisajes de Tepoztlán hoy transformados por calles y edificios nuevos, las manos señalaban las esquinas y avenidas reconocidas en la proyección. Los toros nomás dan puras vueltas, se escuchaba decir a una señora que atenta miraba como los demás, además de una ligera sonrisa escondida en la sorpresa de lo que encontraban sus ojos en cada corte, en cada recuerdo removido.

Acostados en el pasto, fumando un cigarrillo, sólo ríen, la pronunciación de Panchito saca carcajadas. Un niño murmura: Papá, que los caballos tengan cuidado porque ahí luego hay víboras, mientras reconoce una vez más su pueblo, ¡Mira! Es el cerro cerca de la caseta, decía otro con los ojos bien abiertos prestos a cada detalle.

Las miradas se congregaron todas fijas al recuadro blanco donde ahora las imágenes a color mostraban ese cerro imponente y ese paisaje conocido. Todos atendían a esas imágenes como si fuera una película familiar de esas que uno hace cuando se celebra algo, y tiempo después, al revisarla, no importara nada más que el recuerdo enriquecido por la reconstrucción del pasado, donde siempre, el pasado, fue mejor.

La sombra amenazante acechaba al viejo gordo y bigotón, el viejo, cuando vio semejante monstruo disparó sin acertar y el monstruo, como era de prever, lo devoró en el acto acabando con toda insolencia, algunas risillas, ningún susto. El monstruo se deja ver, primero sus garras y su peso patente en las huellas del lodo, lo vemos en toda su dimensión y es entonces que vienen las carcajadas. Los monstruos de ahora ya no son los de antes, los recursos de persecuciones y de vértigo, tampoco, la gente lo sabe, la gente se ríe, lo señala, lo vitorea. El monstruo, ajeno al escarnio del que es sujeto corretea a unas vacas, sacia su hambre comiéndose a alguna, triunfa en 1956.

Luego vendría lo mejor, la mujer encerrada, junto al niño que no atiende indicaciones y se mete en líos, el monstruo encima de ellos, devora lanzas, se los quiere comer porque tiene hambre y porque son los protagonistas. Entonces el héroe lo enfrenta y lo vence ante los aplausos de la concurrencia, que tal vez no entiende porque no habla ese idioma pero el lenguaje de las imágenes es contundente como patente la satisfacción de los asistentes, que con sonrisa en cara y despedidas amables dejan el Zócalo porque hay que ir a casa. Mañana es lunes y la rutina vuelve a comenzar.

*El mostruo de la montaña hueca (1954), The beast of hollow mountain, es un auténtico documental hecho ficción rescatado para la memoria del pueblo tepozteco por María Berenice Fregoso Valdez, quien investiga actualmente las producciones cinematográficas hechas en el Estado de Morelos.

Redacción:

José Luis Valdez / Jessica Rivera

Información:

Jessica Rivera / José Luis Valdez/ Salvador Guzmán

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es verdaderamente una experiencia que deja a muchos aprendizajes de vida, de reflexión en el tiempo y el actuar en el presente. Felicito el esfuerzo, porque nos remite a identidades difuminadas, pero que están ahí, que aún mueven a los viejos y a los más nuevos nos remonta a lo que fue y nos heredaron.
Lamentable que en la redacción se mencione a quienes han usurpado el nombre de Tepoztlán para beneficio propio y que no ha aportado nada más que problemas, como lo es en el caso de las nieves que tienen todo menos el arraigo de lo que hace de Tepoztlán un pueblo de cultura y tradiciones, de hisotrias de lealtad, de amor, de verdad. MMM

Anónimo dijo...

MMM seguramente nació en Tepoztlan, su padres también, sus abuelos igual y sus tatarabuelos estuvieron antes y después de la revolución. MMM, sinceramente te digo, si te gusta pasar por el ciberespacio y decir que lastima que mencionan tal o cual cosa, te recomiendo que entres a www.blogspot.com y abras tu propio blog en donde puedas hacer tus crónicas a modo, mencionando solamente lo que a ti te parece cien por ciento tepozteco ( como tú). Una vez que hayas creado tu blog, y postea tu url (perdón por no decirle en español, pero no encuentro un verbo adecuado par tal acción en Internet, sé que es poco mexicano, y por ende , poco tepozteco). Así, podrás escribir lo que es ser verdaderamente tepozteco.
Saludos cordiales, Juan Cortines